La salud que Chile merece construir

La salud que Chile merece construir

La salud que Chile merece construir
Imagen de contexto | Pixabay
La salud que Chile merece construir
Imagen de contexto | Pixabay

Publicado por: Pablo Flores Órdenes

Compartir en Facebook Compartir en Whatsapp Compartir en Telegram Copiar enlace

Cada cierto tiempo, los países atraviesan momentos que invitan a detenerse y mirar con honestidad hacia dónde están yendo. Chile se acerca a una nueva elección presidencial en un contexto complejo: con avances sanitarios indiscutibles, pero también con un sistema de salud tensionado, con brechas que se han hecho estructurales y con un malestar social que interpela la forma en que concebimos el bienestar. En ese escenario, pensar la salud no como un tema sectorial, sino como un pilar de la visión de país, se vuelve una tarea ineludible.

No se trata de poner a la salud por encima de otras áreas, sino de entender que ningún proyecto nacional será sostenible sin bienestar, sin cohesión social y sin instituciones capaces de cuidar con oportunidad y dignidad a las personas. La salud es un reflejo del país que somos y, al mismo tiempo, una condición para el país que queremos ser. En ella convergen la ética pública, la justicia social y la gestión eficiente de lo común.

El Colegio Médico de Chile ha querido aportar a este debate con una propuesta para las candidaturas presidenciales 2025–2030, elaborada colectivamente a partir del trabajo de sus Consejos Regionales y distintas mesas temáticas. Más que un documento técnico, es una invitación a pensar una modernización del sistema sanitario que una lo estructural con lo humano, lo estatal con lo comunitario, lo tecnológico con lo ético.

Chile enfrenta desafíos urgentes: tiempos de espera prolongados, fragmentación entre niveles asistenciales, agotamiento del personal sanitario, inequidades territoriales y un sistema digital que aún no logra integrarse. Pero también enfrenta una oportunidad histórica: reformar su gobernanza sanitaria y construir un modelo basado en trayectorias de cuidado, donde la continuidad de la atención sea una garantía y no una excepción. Eso implica fortalecer la rectoría del Estado, pero también distribuir mejor las responsabilidades. Se requiere una institucionalidad moderna, que distinga con claridad los roles de rectoría, financiamiento y prestación de servicios, que garantice transparencia en la compra de servicios y que promueva la rendición de cuentas ciudadana. Solo con instituciones sólidas podremos pasar de la promesa al cumplimiento efectivo del derecho a la salud. Al mismo tiempo, debemos reconocer el valor del equipo humano en salud. No hay reforma posible sin condiciones laborales dignas, sin carrera médica, sin estabilidad y sin salud mental ocupacional. Cuidar a quienes cuidan no es un gesto simbólico: es asegurar la continuidad del sistema. Si el país quiere una salud más resolutiva, debe comenzar por hacerla más humana hacia dentro.

La salud del futuro también será digital. Chile necesita avanzar hacia una ficha clínica electrónica interoperable y obligatoria, que permita seguir la trayectoria de cada paciente en todos los niveles del sistema. No se trata solo de eficiencia, sino de equidad: sin conectividad, sin alfabetización digital y sin interoperabilidad, las brechas de acceso seguirán profundizándose. La tecnología debe estar al servicio de las personas, no al revés.

Pero ningún cambio técnico tendrá sentido si no asumimos que la salud depende de mucho más que los hospitales. Las condiciones de vida, la vivienda, la educación, el transporte, el trabajo, el medio ambient,  determinan en gran medida el bienestar. Incorporar los determinantes sociales de la salud en la planificación del Estado es un paso clave para una política sanitaria moderna y justa. Lo mismo ocurre con la salud mental, que requiere un financiamiento estable, un enfoque comunitario y un abordaje transversal que deje de tratarla como un tema accesorio. 

Desde regiones como Los Ríos, este debate adquiere una dimensión concreta. Hablamos de un país donde las distancias, el clima y la infraestructura determinan muchas veces la oportunidad de atención. Por eso, la equidad territorial debe ser un principio estructural: no puede seguir siendo el lugar de residencia lo que determine la calidad del cuidado. Fortalecer la atención primaria, invertir en conectividad y asegurar presencia sanitaria en las zonas aisladas son actos de justicia y también de desarrollo.

El país que Chile puede y debe construir en materia de salud no será fruto de una sola administración, sino de una visión de Estado que combine continuidad y reforma. Una visión que entienda la salud como una tarea compartida y regulada entre lo público y lo privado, entre el gobierno y los territorios, entre los equipos de salud y la ciudadanía. La salud que Chile merece construir es aquella que previene, acompaña y protege; la que combina eficiencia con compasión, tecnología con humanidad, derechos con deberes. Una salud que no se mide solo en indicadores clínicos, sino en la confianza que inspira y en la seguridad que entrega a las personas en los momentos más difíciles. Construirla no será fácil, pero es posible si asumimos que el progreso de un país no se mide solo en crecimiento económico, sino en su capacidad de cuidar el bienestar común con justicia, empatía y visión de futuro.

Subir al comienzo del sitio