Valdivia: ciudad turística

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Valdivia: ciudad turística
Imagen de archivo | RioenLinea
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Publicado por: Lorena Liewald Dessy

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Hace unos días, en torno a un café en un local que se ha transformado en una carta de presentación de la ciudad y por ende visita obligada para los turistas, surgió la pregunta de ¿por qué nos visitan? ¿Qué es lo que realmente diferencia a Valdivia de otras ciudades? La respuesta es tan obvia como paradójica. No vienen por nuestras calles rotas ni por las veredas en mal estado. Uno de los aspectos que atrae a visitantes es el patrimonio arquitectónico que aún sobrevive como reflejo de los distintos períodos históricos que nos han marcado. El problema es que, aunque lo exhibimos como carta de presentación, en la práctica lo descuidamos con una indiferencia alarmante.

Valdivia presume de edificaciones de gran valor cultural. Algunas cuentan con la categoría de monumentos históricos, otras están enmarcadas en zonas típicas y muchas permanecen sin ningún resguardo legal. Pero incluso aquellas que se supone gozan de protección están a merced del abandono y del vandalismo. Nos gusta asumir que las leyes patrimoniales resguardan nuestro legado, pero la experiencia demuestra que no basta con decretos ni con placas conmemorativas. Si la ciudadanía no se apropia de estos bienes, la protección es apenas una ilusión. Abordemos dos ejemplos.

La iglesia San Francisco. Su importancia histórica y espiritual no la ha librado de actos de vandalismo puesto que su muro oriental se encuentra cubierto de grafitis. Ello no es solo destrucción, es síntoma de un desapego social que golpea más fuerte que la pintura. Lo mismo ocurre con el Torreón del Canelo, un símbolo de la ciudad. Sus muros rayados y la vegetación que crece entre sus piedras revelan un deterioro progresivo que ninguna campaña turística logra disimular.

¿De qué sirve promocionar Valdivia como ciudad patrimonial si nosotros mismos no la cuidamos? ¿Cómo pretendemos atraer visitantes durante todo el año si lo que encuentran es una comunidad que vive de espaldas a su propio legado? La contradicción es evidente. Promovemos una imagen de ciudad histórica y cultural, pero toleramos que sus símbolos se degraden frente a nuestra pasividad.

El patrimonio no se preserva con slogans ni con programas institucionales aislados. Se preserva con educación, con conciencia y con responsabilidad compartida. Y es ahí donde fallamos como sociedad. Mientras sigamos viendo el cuidado del patrimonio como tarea exclusiva de las autoridades, seguiremos perdiendo parte de nuestra memoria colectiva.

Valdivia tiene todo para consolidarse como un destino cultural y turístico de excelencia, más allá del verano y de los clichés de postal. Pero para lograrlo necesitamos resolver una pregunta incómoda: ¿queremos de verdad ser una ciudad patrimonial o nos basta con posar para la foto mientras dejamos que el tiempo, el abandono y la indiferencia borren lo que nos hace únicos?

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